Me gusta hablar mucho, pero que se me oiga poco. Con esto me refiero a que me encanta lo que hago, pero no busco ser el centro de atención. Cuando escribo una introducción como esta, parece que quiero que los ojos se centren en mí, y en cierto modo no puedo eludir eso porque lo escribo para que se lea; pero en verdad, no pretendo parecer un supermegaescritor hablándole a sus lectores. Ni me creo más ni menos que nadie, solo hago lo que me gusta y me dirijo a mis… ¿Diez o doce lectores, tal vez? Diez o doce para mí es todo un logro. Solo con tener uno, y que esa persona te lea, comente y espere a que le ofrezcas más y más relatos, es todo un honor para alguien que le habla al mundo a través de las letras (gracias).
Os hablo, sí, pero porque hoy más que nunca lo
merecéis y estas líneas son necesarias.
He dicho una y mil veces que nadie es más que nadie
porque venda más libros. Vender libros y ser famoso merece un profundo estudio,
porque no todo el mundo llega a la cima por su talento o porque sea muy bueno,
simplemente llega. Ni el blog ni yo queremos centrarnos en la clave del éxito,
eso depende de cómo lo quiera ver cada uno, de lo que se sienta y de lo que se
crea. En quienes sí quiero centrarme –además de dirigirme a vosotros, lectores
y lectoras- es en mis compañeros de pasión. Para no enrollarme tanto, lo
explicaré de una forma que se entienda perfectamente. En el fútbol está la
primera, la segunda y la tercera división, ¿verdad? (siempre suelo poner
ejemplos de fútbol; en él encuentro todo lo que necesito para hacer entender).
Y todos, sean de la categoría que sean, son futbolistas. Federico larala larala
y Matías lerele lerele, corren por el campo, chutan y meten goles como Leo
Messi y Cristiano Ronaldo. Unos son conocidos y otros no, pero todos forman parte
del mismo deporte (me habéis entendido perfectamente).
Lectores y compis, lo que vais a leer es mi último
relato (ahora es necesario que empiece a hablar en pasado). Como bien dice mi
biografía, publicada en la entrada anterior, empecé a escribir por desahogo
personal. Muchos de los relatos que habéis leído, como por ejemplo “Mi boca”,
“Diario final de un fracasado”, “El arcoíris de la vida” y más que recoge el
libro Al borde de la locura (está en
el horno, a la espera todavía), forman parte de esa época en la que vivía por y
para la escritura. Cada vez que escribía un relato, lo colgaba en mi anterior
blog, entraba y veía “3 visitas”, sabía que tres personas habían escuchado mis
problemas, y eso hacía que no me sintiera solo (una mala época, como nos ocurre
a todos). Con el paso de los años, la necesidad se ha convertido en pasión.
Durante los últimos meses (quizá el último año) las tres novelas y los cuarenta
y cinco relatos que he escrito, han sido sin ninguna necesidad. El lector nota
más el tema que el escritor trata, cosa que el propio autor no percibe hasta
después de un tiempo. Quiero decir que puede verse perfectamente que no tiene
nada que ver lo que escribía antes que lo último que he escrito. Este pasado
año 2016 (el mejor de mi vida, sin duda, y donde firmaría por un 2016 eterno)
todo cambió, por eso nacieron esas dos novelas y relatos.
Un escritor, escribe. Da igual el qué. Cuando
alguien quiere dedicarse a esto se enfrenta al género que sea y a los temas que
sean. Cambié mi estilo con el paso del tiempo, y tras ese estilo, llegasteis
vosotros (tanto lectores como compis).
Vale.
Es mi último relato. ¿Por qué? Porque hay veces que
no queda más remedio que decir “Hasta luego”, y nunca adiós. Necesito respirar
y tomar aire para no terminar conversando como Soledad, la de uno de los
relatos que podéis leer en este blog. Tengo mucho lío y poco tiempo para mí;
por lo tanto, necesito… No sé cuánto tiempo. Ya sabéis que la vida se divide
por etapas, y alguna de ellas hay que atraparla con fuerza y solo soltar cuando
tenemos la certeza de que se va, y que se va para siempre. Uno de los motivos
es ese. Me ha tocado, pero se va a ir pronto; y si no se va, una buena patada
lo soluciona rápido…
De verdad que necesito un descanso, aunque me duele
en el alma. Pero los relatos siguen aquí; quienes me leéis estáis por las
redes, y además nos seguimos. No me conectaré mucho pero no me iré, así que
pulularé por ahí como un fantasmita, dando bien de guerra y llenando de
menciones a la red del pajarito azul. También
voy a terminar ya el taller. Dos trimestres para un curso de tres (lo siento,
chicos. Sabéis que no puedo con el tercero. Pero ahora, más adelante ya se
verá).
Y ahora el relato que vais a leer.
Querido José
Losada, ¿por qué no has empezado por aquí, ahorrándonos todo ese tostón
anterior? Porque ya he abandonado el
blog en alguna ocasión y sin dar señales de vida. El mayor miedo que provoqué
fue con el relato “Cara o cruz”, y fue sin intención. Cuando regresé a las
redes era un espectro porque varias personas me habían enterrado. Creo que
desde ese día lo explico todo más. Me quedo más tranquilo.
Tenía esta historia en la cabeza, y al final ella ha
sido la elegida para mi despedida. Al mismo tiempo que digo adiós (hasta luego,
perdón) el relato son diez páginas de sorpresa para vosotros. Me encanta hacer
cosas de estas, no lo puedo remediar.
Siempre he escrito terror, con humor, amor y finales
inesperados. He querido que esta última historia recoja todo. Sé que os va a
gustar, y no por el relato en sí, sino porque sé que os gustará. Tenéis que
leerlo con mucha atención, es lo único que pido.
Y ya para despedirme, decir que al final no os
espera una sorpresa, sino una parte de mi película favorita. Como este relato
es muy pero que muy especial, he querido rendir homenaje a lo que tantas y
tantas veces he visto, aprendido, llorado y a la vez disfrutado. Si os encanta
esa peli (no puedo decir nada todavía) veréis que los últimos diálogos de esta
historia tienen un 80% igual a lo que dicen los actores. No podía copiarlo
entero porque mi historia no lo permitía, pero sí lo básico. Espero que cuando
lo estéis leyendo, recordéis esa película. Con ello, además de daros las
gracias durante estas diez páginas, sabré que vuestras mentes conectan con la
mía.
Gracias, gracias de verdad. Gracias por estas casi
60.000 visitas, por vuestros RTs, por vuestra amistad y confianza en mí cuando
me refiero a los chicos y chicas del cibertaller. Gracias a las personas que me
habéis comentado los relatos, que de vez en cuando lo releo para sacar una
sonrisa feliz. Gracias a quienes habéis hecho que quiera firmar por un 2016
eterno, y retroceder aunque sea imposible. Gracias a todos.
Seguid leyendo los relatos que quedan en el blog,
por favor.
Que os vaya bien. Hasta pronto.
—Pues no me parece bien, cariño —dijo Érica. Caminaba enfurecida, y eso hacía que con
cada paso sus tacones parecieran repiquetear el suelo. Del empeine nacían una
serie de venas abultadas que se repartían por la parte desnuda del pie. Cuanta
más rabia, mayor era el relieve que podía apreciarse en ellas. Se cambió el teléfono
móvil de oreja sin parar a pensar que el bolso dejaría de rodear su hombro
izquierdo; y en efecto: resbaló por la blusa, y emitiendo el característico
sonido de un cojín deslizándose por la superficie desnuda de un sofá; ella
redujo esa especie de aspereza colocándolo de nuevo, sin dar mayor importancia.
—Que yo, un simple narrador omnisciente, se centre en
recalcar el sonido y movimiento del asa
de un bolso, a priori puede parecer excesivo, ridículo e innecesario; sin
embargo, te diré que no, lector. Todo ocurre por algo, y que Érica cargue el
bolso al hombro al mismo tiempo que mantiene una leve discusión con su pareja,
para mí es como si se echase a la espalda los problemas, igual que si lo que
dijese él en ese momento no tuviera ninguna valía para ella (y así era). Puede decir misa. Ese era el pensamiento
de la joven porque su chico la había dejado tirada. Cuando una mujer se enfada
es mejor cerrar el pico y escuchar todo lo que dice—. Llevábamos semanas
esperando la llamada del propietario para ver la casa—continuó—, independizarnos y vivir juntos de una
vez. —Volvió a colocarse el bolso; sus caderas, debido al
acelerado paso, lo movían constantemente; después, con tono fuerte y seco,
mostrándose tirante con cada palabra, añadió—: Tú y yo. Solos. Los dos. En
nuestra casa. Juntos. ¿Lo entiendes?
—Perfectamente —respondió él. Tenía el teléfono aprisionado entre la oreja y el
hombro. Su media melena lo ocultaba, y de no ser porque estaba solo en casa y
nadie podía verlo, parecería que un loco con tortícolis mantenía una discusión
consigo mismo—. Pero resulta que aho…
—¡Resulta nada! —interrumpió ella. —Se llamaba
Érica Núñez Espinosa, pero más conocida por su chico como: “princesa” (para los
momentos de pasión) y, “basilisco”, para los instantes de cabreo. Pero es que
llevaba razón—. ¡¡Que va a ser nuestra casa!! —gritó. Jaime apartó el teléfono y lo mantuvo a distancia. No le hacía
falta el manos libres para escucharla—. No puedo decir que no.
Al ver que había dejado de hablar, él volvió a
colocarse el móvil en la oreja. Luego, añadió:
—Entonces ve a verla, Érica, cariño. De verdad que
no puedo. Me encantaría, pero no pu…
—¡¡VETE A LA MIERDA!!
Hacía dos meses que Jaime había acabado la carrera
de medicina. Durante la residencia auscultó
a un centenar de viejas bronquíticas. Una de ellas, con los pulmones limpios
pero los ojos repletos de cataratas, confundió la pieza receptora del
fonendoscopio que tenía sobre el pecho con la ventosa que colocan las
enfermeras para los electrocardiogramas. Se la quitó con brusquedad y la golpeó
como se golpea a una canica, solo que mientras Jaime tenía los auriculares en
los oídos. Hasta ese día, jamás había sentido un picotazo tan penetrante en los
tímpanos. Le duró horas. El grito de su novia, mandándole a la mierda, superaba
con creces la molestia vivida en consulta.
Se retiró una vez más el teléfono mientras apiñaba
los párpados con fuerza.
Joder…, masculló, pero su chica seguía con los gritos.
—¡Quédate en casa, sí! —siguió ella—. No te muevas, no sea que vayas a partirte una pierna o
cojas frío. Dios… Iluso amor.
—Cariño, si no voy es porqu…
—Ya lo miro yo —interrumpió una vez más—. Tú ahí sentadito, con la calefacción, la
tele y tumbadito en el sofá.
—Si me dejas explica…
—A lo mejor no me da la gana quedarme con esta casa,
¿sabes?
—Tú mírala, Érica, y si ves que no te con…
—Porque como voy yo SOLA, lo decidiré YO.
—Me parece bie…
—¿Vale?
—Que sí.
—¿Que sí qué? —El tono cambió. Seguía enfadada, pero la pregunta fue más rápida y de
esas que, respondas lo que respondas, jamás satisface a quien la formula.
—Que me parece bien que tú decidas.
—¿Encima te burlas? —Se detuvo en mitad de la calle.
—No me estoy burlando, solo te di…
—¿Pero te ves con derecho a protestar? —Volvió a colocarse el bolso.
—No estoy protestando, te esto…
—Mejor déjalo. No digas nada.
—¡Guapa! —dijo un chico que escaneaba a Érica de arriba abajo—. En lo que miras
al frente, entre estas dos farolas, te doy por el culo mientras la gozo con tus
perolas. —Ella se le quedó mirando a la vez que se mordía el
labio inferior.
—Un segundo, mi amor —le dijo a Jaime, sin dejar de mirar al grosero. Bajó el móvil del
oído, se acercó al chico y, muy serena, respondió—: ¿Ah, sí?
—Claro, preciosa —Seguía mirándola con deseo.
—Pues yo, con aguja, hilo y dos botones, puedo
decorarte el roto que mi patada te abra en el forro de los cojones… ¿Lo
probamos? —La sonrisa tonta del chico se esfumó a la velocidad
del rayo. Agachó la cabeza y se dio la vuelta.
—Espera —añadió
Érica.
Cuando este se volvió, ella le dio una fuerte
bofetada; después, se colocó el bolso —el cual pendía del antebrazo tras la agresión—, el móvil en el oído y,
añadió—: ¿Por dónde íbamos, cariño?
—¿Qué ha pasado? —preguntó Jaime.
—Nada. Acabo de aplaudir en la cara de un poeta que
además de hacerme una rima sin gracia, quería arrimarse a mí; pero tú no me cambies
de tema —Jaime se echó a reír—. ¡¡No te rías, desgraciado!! —gritó.
—Érica, mi amor, lo tuyo no tie…
—Ya estoy casi en la puerta —interrumpió una vez más—. Te la tengo jurada.
Palabra de honor que esta te la guardo.
—Joder, que de verdad que no pue…
—Tengo que dejarte —dijo ella, muy seria—. Ya entro. Hasta pronto.
La puerta se abrió de golpe. Érica dio un respingo y
se llevó las manos al pecho. Ante ella apareció un hombre de gran envergadura, el
mismo que tuvo que agacharse para no levantar la piel de su coronilla pelada
con el deteriorado marco. La chica reculó. Estuvo a punto de caer el móvil;
pero, sin dejar de mirar al extraño tipo, lo guardó en el bolso.
-No se asuste, señorita –Esbozó una sonrisa turbada,
la cual incrementó aún más el nerviosismo de Érica-. Tengo buenos dientes –Hizo
sonar sus dos hileras de piezas dentales al dar un bocado al aire. La joven
podía apreciar una reluciente dentadura-, pero en cincuenta y siete años de
vida, todavía no he mordido a nadie.
Mientras sus labios se ensanchaban con lentitud,
marcando el periodo de la nueva sonrisa y, manteniendo dos refulgentes órganos
de visión, fijos en el rostro de la chica, extendió su mano. Érica bajó la
vista para ver cinco rollizos dedos relajados. Tenía un sano tono de piel y
desprendía un agradable aroma; su larga y canosa barba le daba un aspecto
cuidado, así como su traje y su corbata. No cabía duda de que se cuidaba; sin
embargo, era una persona que, a pesar de su buen aspecto, no daba buena espina.
Algo en él… Érica no sabía definirlo, pero no se sentía cómoda.
-¿He comentado antes que no muerdo? –volvió a decir;
de nuevo añadiendo una sonrisa.
Ella, urgida, sin otro remedio que aceptar, le
estrechó la mano; pero con sumo cuidado, como con ese miedo que puede dar el
enchufar algo con las manos húmedas. Sí;
no. Sí; no.
El contacto se antojó como el fin de los problemas.
Los dedos del hombre atraparon con delicadeza la pequeña y suave mano que le
llegaba.
-Soy Matías –dijo-. Y tengo el gusto de conocer a…
Ella dudó unos instantes antes de decir
atropelladamente:
-Érica. –Retiró la mano.
-Encantado, Érica –Volvió a sonreír. Eso empezaba a
exasperar a la joven. Tanta sonrisa y tanta amabilidad, no terminaban de
encajar.
-¿Viene sola? –preguntó.
-Sí. Bueno… -El hombre serió el rostro. La chica se
inquietó-. Quie… quiero decir que… -Él la observaba con detalle, sin emitir una
mueca-. Mi chico me está esperando en el coche. Él… -Forzó una sonrisa, aunque
se antojó nerviosa. Sus rodillas se unieron tras doblar ligeramente las piernas,
y gesticuló por impulso. Era como si una adolescente tuviera delante al hombre
de sus sueños, solo que en el caso de Érica, el hombre de sus pesadillas. El
pánico aumentaba su inquietud-. … se aburre viendo casas –Añadió un “je, je” a
la sonrisa.
-Mejor -El esbozo de la chica se esfumó de repente;
su tez quedó lívida ante los fríos ojos que la miraban. Del susto, tuvo la
sensación de que su cabello moreno copiaba el tono canoso del extraño. Dentro
de su pecho, una baqueta compuesta de impulsos bioeléctricos golpeaba a su angustioso corazón, disparando su
frecuencia cardíaca-. Es broma, mujer –El hombre volvió a sonreír. Érica seguía
seria.
»Adelante –Se retiró para que ella pasara sin
dificultad.
La puerta quedó libre. Al tratarse de un hombre tan
grande y corpulento, parecía que durante todo el tiempo que había ocultado el
interior desde el umbral, hubiese sido la piedra gigante del sepulcro que custodiaba
el cuerpo de Cristo.
Érica se veía ante un oscuro túnel, deseando no
hallar tinieblas en el interior.
-No se lo piense tanto –volvió a decir él-. La casa
tampoco muerde.
La chica dejó de mirarle porque sabía lo que haría
después de hablar: sonreiría de nuevo; y en esos cinco escasos minutos, esa
mueca ya revolvía sus entrañas.
Entró.
Nunca estás
cuando te necesito, se dijo
pensando en su chico.
El hombre también entró; y con Érica de espaldas a
él, cerró la puerta.
*****
El portazo no solo hizo retumbar la estructura de la vivienda, sino
también estremecer el cuerpo de Érica. Mientras sonaba el estruendo inesperado,
la chica miraba las viejas escaleras que tenía enfrente. Al escuchar el sonoro
golpe, dio un salto para aterrizar frente al portón, al causante de su espanto.
Lo hizo como quien juega al zapatito inglés y, después de decir: “Un, dos, tres, zapatito inglés, sin mover los pies”,
salta y contempla el movimiento de sus compañeros de juego.
Érica quedó
petrificada delante de la puerta. Buscaba un hueco por donde entrase claridad,
algún desgaste en la madera que diese paso a un poco de luminosidad, por escasa
que esta fuera; pero no, se hallaba entre cuatro paredes penumbrosas, dando la
sensación de que se hubiera hecho de noche de repente. Sabía que permanecía
encerrada, que no caería agua de un cielo tapado, ni el viento azuzaría sus
mejillas. Estaba dentro de una casa, y sin embargo, a pesar de la asfixiante
sensación, se sentía como en medio de la nada, al aire libre. El único sonido
provenía de su boca, provocando unos ahogados “hi-i, hi-i”, como si aspirase a
la vez que movía la cabeza a un lado y a otro. Notaba un calor sofocante en las
mejillas, pero al mismo tiempo, por su frente empezaba a rezumar sudor frío.
Podía sentir cómo resbalaba la gota, solo que con la sugestión, aquello parecía
antojarse como un extraño bicho bajando por un tobogán humano.
Entre la oscuridad,
abrir y cerrar los párpados puede parecer una pérdida de tiempo, pero no lo es.
Érica pestañeaba convulsivamente; y, cada vez que sus tiernas ventanas de carne
subían y bajaban, la oscuridad recreaba tétricas sombras en movimiento, igual
que si dentro de sus ojos un sinfín de bocetos a lápiz se movieran a gran
velocidad, atrapando junto a ella a un espectro en movimiento. No estaba en la
luna; aquello que se movía no era un fantasma luchando contra la fuerza de la
gravedad, ni había retrocedido a la niñez, cuando le pedía a su hermano mayor
que dejase la luz encendida porque todas las noches una sombra enlutada se
acercaba a su cama, se mantenía allí con fijeza y, una vez que ella se escondía
dentro de las sábanas, el visitante nebuloso desaparecía; sin embargo, lo
seguía sintiendo muy presente… No, solo era producto de su imaginación dentro
de una casa desconocida y en compañía del hombre más extraño que había conocido
nunca.
Dios dijo: “Hágase la luz”, y la luz se hizo. Lo que
no dijo el todopoderoso, fue que debía hacerse después de que una mano se
posase en el hombro de Érica y esta chillase como quien ve a una rata muerta
delante de sus narices. Así se hizo (lo
hizo). El grito superó con creces al anterior retumbe que había provocado
la puerta.
Tras el histérico
alarido, la chica se retiró de aquello que acariciaba su hombro después de
haberse posado en él con desgana. Vio que se trataba del casero; él era el
culpable del último en una serie de sustos en cadena.
-¡¿Qué hace?! –gritó
más que preguntó-. ¿Pretende matarme de un susto, o qué? –De un susto o no, rezaría
porque no la matase.
El hombre mantenía el
brazo estirado como quien espera a que el yoyó se enrosque en la cuerda y
regrese a los dedos para hacerlo bajar de nuevo.
-La veo muy asustada
–aseguró con voz trémula. Bajó el brazo.
-¿Se extraña? –espetó
la chica-. ¡Me ha dado un susto de muerte! –Se llevó la mano al pecho. Aquello
de contar hasta cien antes de hablar, no servía. Los latidos superaban el
número requerido, y lo único que harían sería descentrarla más. Mejor no
pensar; mejor…
-Acompáñeme –dijo
él-. Ha venido a ver la casa, ¿no? – Tras las palabras, afloró una vez más la
exasperante sonrisa. Los latidos de Érica redujeron el ritmo, cambiándose por
bombeos rabiosos.
-No más sustos, ¿ok?
–advirtió.
-No prometo nada.
-¿Eh? –Érica
palideció, pero con el entrecejo fruncido.
-Es broma. –La
sonrisa apareció sin esfuerzo-. Sígame –añadió, girando para adentrarse por el
pasillo central.
Ay cuando llegue a casa…, pensó, recordando a su chico. Vas a saber lo que es bueno.
-Érica.
-¿Eh? –preguntó. Pero
la voz no correspondía al casero; él seguía caminando por el pasillo.
-Vamos, no se quede
atrás. –Esta voz sí era la del hombre, quien se dio la vuelta al ver que la
chica no avanzaba. La anterior, no.
La joven se encogió
de hombros y continuó.
*****
Érica se sentía como caminando por un túnel subterráneo, de esos en
los que hasta las letras de los grafitis bailan cada vez que pasa el tren.
–Todas las mañanas cruzaba uno para acudir al trabajo, y daba lo mismo que
fuesen las nueve de la mañana o las once de la noche, ya que cruzarlo era como
pasear entre las tinieblas. Siempre (y así lo llevaba viviendo siete meses),
cuando llegaba hacia la mitad, se le antojaba pasar al tren. Su potente fuerza
hacía que la joven se quedase petrificada en medio de la oscuridad, justo en el
tramo donde el túnel era invadido por una ceguera natural. Apretaba los
párpados y rezaba, suplicando para que el techo no se abriera y los escombros
la sepultaran de por vida. Cuando el tren se alejaba, las paredes tardaban en
regresar a su estado habitual, como si fuesen el agua de un río instantes
después de que una piedra haya botado por encima. Estas seguían vibrando,
momento en que, ya con algo de luz, las letras de los grafitis se retorcían
como el título de “Pesadillas”, de R.L. Stine-. El casero llevaba la cabeza tan
gacha que parecía una joroba andante. De no ser porque lo había visto antes y
sabía que era él, Érica hubiera jurado que lo que caminaba delante de ella era
la picuda piedra que Obelix suele llevar a su espalda.
El pasillo era
presidido por numerosos cuadros. Una señora, con un collar de perlas, que
parecía estrangular la circulación de una gigantesca papada, aparecía retratada
en uno de ellos como si fuese la mismísima Mona Lisa, solo que no tenía nada ni
de mona ni de lisa. Enfrente, un larguirucho ser con sombrero de copa y un
mostacho retorcido como las espirales que arrastra un caracol encima de él, miraba
al techo, dando la sensación de querer escalar el cuadro y asomar la cabeza por
el borde.
-Son Un regalo familiar de mis antepasados
–comentó el hombre, sin girarse. Érica se sorprendió. Tardó unos segundos en
darse cuenta de que el casero lo intuía. Entre más de ocho cuadros llamativos y
dos mesillas, todo indicaba a que los ojos preferían las pinturas-: padre,
madre, el tío Gabriel, el primo
Braulio. Y aquellos son Valesia, Razel,
La familia Marlo, El Duque de Altozano
y… -Señaló el último de los cuadros-. La abuela.
La chica do un
respingo al ver un rostro tan arrugado. Era como si en verdad el lienzo
estuviera abombado y el retrato pintado sobre una superficie de cartón piedra;
pero no, aquella vieja, mientras posaba para el pintor, tenía la cara así. Cada
arruga era tan gruesa como el cartílago de una oreja. Los ojos, achicados
dentro de dos carnosos párpados, parecían ser los agujeros de un antifaz,
dejando unas pupilas tan achicadas que apenas se veían. Los labios un simple
trazo pintado sin ganas ni fuerza, una línea a modo de rápido subrayado. Al
mismo tiempo, esa extraña mueca parecía sonreír, como las brujas en los cuadros
del relato de Campirela.
-Nos dejó con la
friolera edad de noventa y siete años –añadió el casero. La joven miraba el
cuadro con repulsión y, a la vez, respeto-. Se pasó toda la vida Persiguiendo un corazón, hasta que
conoció a mi abuelo y… ya sabes; porque puedo tutearte, ¿verdad? –Érica le
miró. Olvidó que hallaría la estúpida e irritante sonrisa; topó de lleno con
ella y, mientras apiñaba los párpados con fuerza –a la vez que apretaba los
puños-, respondió:
-Sí –Resopló antes de
añadir-: claro que sí. –Levantó los párpados.
-Se me hacía difícil
tratar de usted a alguien tan joven –reconoció al mismo tiempo que seguía
adelante.
-Bueno, tampoco soy
una niña. –Se entretuvo a mirar un libro abierto que descansaba sobre la
mesilla.
“Eres mi dulce sueño, sublime aire venidero…”
-Me encantan estos libros…
-¿Decías algo? –El
casero se dio la vuelta.
-¿Eh? –La chica cerró
el libro de golpe-. No… ah…
-¿Te gustan los
libros?
-Sí… La verdad es que
me declaro lectora vo…
-En esta casa
encontrarás muchos –interrumpió él-. Tengo la biblioteca llena, y alguno que no
sé dónde ha ido a parar. Habrá como unos 8
cuentos perdidos. Soy un desastre y lo pierdo todo. No tengo remedio.
–Érica no decía nada-. Recuerdo hasta El
día que perdí mi sombra… -Rio-. Tendrás Tardes
de lectura gratis.
La chica sonrió.
-¿Tardó mucho tu abuela en encontrar a tu abuelo?
–Soltó de golpe. Fue lo primero que llegó a su cabeza.
-Un poco. Y ya me
extraña, porque era una mujer preciosa –Érica palideció aún más que
anteriormente. Los sustos que se había llevado no eran nada en comparación con
lo que acababa de escuchar-. ¿Qué? –preguntó el casero. Mostró un rostro firme
y serio. Daba verdadero pavor. Érica tragó saliva.
-Es… que… -empezó a
decir, muy nerviosa. El hombre no aguantó más, perdió La resistencia y se echó a reír. La risa atronó bajo el abovedado
pasillo, provocando un terrible eco, pero al mismo tiempo, esperanzador.
-¿De verdad crees que
lo decía en serio? –Siguió riendo-. Era fea, pero fea de cojones –La chica
sonrió-. Pero bueno… Las pelirrojas
también se enamoran. Todo el mundo tiene derecho.
-Hay pelirrojas
guapas –añadió Érica.
-Y morenas -La chica
carraspeó. Prefería el piropo del grosero que quería arrimarse. Con el casero
solo sentía repugnancia-. Te enseñaré al resto de la familia –Cortó él.
-Érica.
Era la segunda vez
que escuchaba su nombre dentro de esa casa. Miró hacia ambos lados en busca de
la voz, pero no vio a nadie.
-Oye –Aquello no
pintaba bien-. Ya van dos ve…
-Esta era la
habitación de la abuela –interrumpió de nuevo, abriendo la puerta de un amplio
dormitorio.
A los ojos de la
chica llegaron cuatro paredes con las esquinas apergaminadas; era como si cada
una de ellas estuviera forrada con viejos papiros y, en las esquinas,
enroscados en forma cilíndrica, amarillentos rulos reflejaban su deterioro
inicio o final. ¿Quién sabía si esas esquinas fueron lo primero o lo último en
tomar contacto con la pared? Tal vez la vieja, retratada de nuevo en la de
enfrente, justo la que podía apreciarse al entrar. En esta nueva pintura, su
rostro se asemejaba aún más a lo que cubría las paredes. Una de dos: o Érica
veía un rostro idéntico al arrugado papel de las paredes, o estas cuatro
estaban forradas con la piel de la difunta. Demasiado atroz y a la vez
exagerado, ¿no? Serían Historias al otro
lado de la razón. Sí, pero solo de pensarlo, tan solo de sentir que el
pintor hubiese decorado la piel con dos garabatos blancos en función de ojos,
un poco de cabello, nariz y un lánguido trazo para la boca, la chica sufrió una
severa taquicardia. Su motor protestó con un “pumpumpumpum”+escalofrío + sensación de un nuevo sudor en la frente
+ … Miedo, puro terror.
El viejo camastro no
contaba con más que un jergón de aluminio, sujeto por cuatro palos que, a ojos
de cualquiera, representaban una cruz desnuda. A la memoria de Érica llegaron
los huesos de la anciana, y la imaginó tan esquelética como lo que contemplaba.
-Mi pobre abuela…
-comentó el hombre, apenado-. La siento muy viva todavía. –Acarició el cuadro;
después, se frotó las yemas de los dedos, como si la pintura llorase al sentir
una muestra de cariño-. Estoy seguro de que ella brilla, Más allá del camino, En la
luz de una estrella –Miró por la ventana-. Allí –Señaló. La chica miró,
aunque prestando más atención a sus pensamientos terroríficos que a lo que en
realidad veían sus ojos-. Sigue muy viva Entre
los nuestros; todos la queríamos mucho, ¿sabes?
Érica imaginaba que
sí, como ella había querido a su abuela antes de estirar la pata. No tenía la
cabeza para prestar atención a recuerdos familiares, solo quería terminar de
una vez por todas. Irse, o tal vez quedarse pero no escuchar ni ver nada más.
Dar un sí, regresar a casa, matar a su novio por cojonazos y, muy
probablemente, sanear el papel de las paredes con su piel una vez que se la
arrancase a tiras.
Te daría de hostias, cariño… Te las voy a dar, se dijo, muda
completamente delante del ser que miraba las estrellas siendo de día. Pero él
conocía la posición donde, a su forma de entender, la vieja brillaba junto a la
Luna.
-Pero murió –continuó
el casero. Se llevó los dedos a los ojos, masajeando los párpados para limpiar
las lágrimas que extrañaban a su abuela-. Una mujer de la cabeza a los pies.
¡¡UNA VALIENTE!! –Sus palabras hicieron retumbar la habitación; la chica reculó-.
La envidia de toda La comunidad. Sé
que aún brilla porque siempre brillaba, como El rubí más precioso que puedas contemplar. Carecía de hermosura
pero valía más que todas las mujeres de alrededor: viejas a su lado;
demacradas, Despeinadas, sin vida en los
ojos… -Se acercó a Érica. Ella reculó de nuevo-. Se enfrentaba a todo, Sin miedo a vivir, sin miedo a soñar.
-Una heroína, sí
–comentó la chica, con la boca entrecerrada, la piel lívida y sin dejar de
recular.
-Los Héroes del cielo merecen más que un
simple recuerdo, ¿no crees? –Ella asintió con la cabeza. “Todo lo que tú quieras”, se dijo. El casero desvió la mirada hacia
un rincón-. De madrugada, escribía poemas ahí –Se dirigió hacia la mesa;
levantó un objeto que ejercía de pisapapeles, lo miró y, una vez más, las
lágrimas brotaron de sus entristecidos ojos-. Su escritorio. Ella lo llamaba El escritorio del búho, y este pequeño
búho –añadió, refiriéndose al objeto que sostenía-, era su inspiración en las
frías y cálidas noches, lloviera, nevara o hiciese un calor insoportable. –Cogió
el folio que el búho estuvo protegiendo durante años y empezó a leer-:
“Cuando las brasas del infierno invaden la piel, ni tan siquiera
las lágrimas son capaces de apagar el fuego. No calman, sino que por el
contrario, sofocan más. La tristeza nubla el juicio, y los ojos, obnubilados
con goterones de amargura, pactan con la oscuridad, pidiendo auxilio Desde el tragaluz que manipula las
imágenes de una vida perdida. –Érica ya no tenía miedo. Sentía pena-. El
lamento mantiene con vida a lo que jamás regresará, ya sea humano o una pérdida
impuesta por los Desafíos del destino. Solo
queda la memoria como único recuerdo: la de los buenos y malos momentos; la Memoria del Paraíso, donde dos seres
humanos pecaban de pura inocencia, sin daño, solo por instinto. La Mía, dando vueltas una y otra vez a los
defectos y a las virtudes, a los errores que reviven Tras la bruma, donde Nada es
lo que parece y todo cobra el sentido que quiero desechar. Me separan de la
felicidad como si me arrancasen la vida A
corazón abierto. Y allí, en un rinconcito, al mismo tiempo que el dolor
recorre mis mejillas y la vista recobra algo de fuerza, me digo: mira, La princesa ya se ve, pero en verdad no
se ve nada, tan solo la nefasta ilusión de creerme una reina, y podría decirse
que más bien soy La condesa muerta, deseosa
de que tal vez, no en el primero ni en el segundo, sino En el quinto conjuro, deje de verme morir Por el amor de una rosa, olvide la fantasía y me centre en la
verdadera realidad, esa que me indica a gritos que no soy nada ni nadie”.
Tras concluir el
relato de su abuela, el hombre se enjugó las lágrimas.
-Lo que escribió
cuando se quedó sola… Así era mi abuela Érica.
La Érica viva
palideció más que nunca.
-¿Érica?
-En efecto. –Dejó el
folio en su lugar-. Y mi madre también se llamaba así. Es curioso, ¿verdad? –La
tristeza se evaporó para dar paso a la irritante sonrisa-. Y, fíjate cómo son
las cosas, oye. ¿Te puedes creer que antes de morir, mi abuela dijo que
regresaría en busca de su hija? Aseguró que su espíritu quedaría en esta casa,
y que gritaría su nombre para aumentar su remordimiento. –Se acercó a la chica,
quien, blanca como el papel, parecía una estatua-. Por eso mi madre se fue de
aquí. Pero no te preocupes, ya que muerta la perra se acabó la rabia. –Volvió a
sonreír una vez más-. Enseguida regreso.
Salió de la
habitación. Érica se sentía presa de un
angustioso malestar general.
-Érica –Escuchó por
tercera vez.
Al fin lo comprendía
todo. No estaba soñando, y por supuesto que el casero no había movido los
labios en las veces anteriores que escuchó su nombre. ¡¡Era la vieja!! El
fantasma de la abuela escritora se había manifestado para llevársela.
-¡Sal de ahí!
–Escuchó.
Su corazón se
aceleró. Perdía el equilibrio; era como si la habitación diese vueltas, o tal
vez, en realidad las diera. El cuadro de la anciana parecía moverse a un lado y
a otro. El trazo de su boca se ensanchaba, dando la sensación de que la
irritante sonrisa era hereditaria, y que los miembros de esa familia se las
ingeniaban para sonreír en los peores momentos. La vieja sonreía, palabra de
honor.
-¡Érica! –Escuchó de
nuevo; y no una, sino hasta tres veces.
La vieja seguía
sonriendo en el cuadro. Las esquinas de las paredes se desenroscaban para
regresar a su lugar, lisas y perfectamente cuidadas, como la línea que siempre
estuvo en la boca de la vieja antes de decidirse a sonreír, antes de que la
irrealidad cobrase forma a su antojo, antes de que… Antes de todo.
La miraba. Esos ojos
vacíos, como los del antifaz que comenté antes, se clavaban en el rostro de
Érica, carente de color al retener toda la sangre en el motor de su cuerpo.
Volvió a escuchar su
nombre una vez más, y entonces su cabeza imaginó que el jergón movía sus
lánguidas piezas de madera como si de verdad fueran los deteriorados huesos de
la difunta Érica, que se retorcían como el papel de las paredes y cobraban vida
delante de su atónita mirada. Quizá para decirle: ¡Sal de aquí, Érica! Vete con mi hija y déjame sola. No soy nada ni
nadie, ¿recuerdas? ¡NI TÚ TAMPOCO! –Y después llegaría la sonrisa, en boca
de la vieja pero en tétrica similitud de su vivo recuerdo: del casero.
-¡Escúchame, Érica!
La chica cayó de
rodillas.
-¡Tienes que salir de
ahí!
La habitación seguía
dando vueltas; y una de ellas, la más rápida y potente de todas, como si su
intención fuera borrarle la vida de un plumazo, se apoderó de sus sentidos, de
su miedo y del resto de su vida.
La cabeza impactó
contra el suelo en un ronco y seco movimiento. Ya eran tres las Éricas muertas.
La del cuadro no sonreía.
El casero entró y vio
a la chica en el suelo
-Pero, ¿qué ha pasado
aquí? –Se acercó a ella y vio que no había nada que hacer.
-¡Érica! –escuchó-.
¡Dime algo!
-¿De dónde viene eso?
Al escucharlo por
segunda vez, abrió el bolso de la recién fallecida. Por el móvil, Jaime
gritaba, totalmente histérico. Érica olvidó colgar y él lo escuchó todo. Era
quien había estado gritando su nombre para que ella saliera de allí, no el
espíritu de ninguna vieja arrugada.
El hombre se colocó
el teléfono en la oreja, y dijo:
-Érica…
-¡Dónde está Érica?!
¿Está a salvo? ¿Se encuentra bien? –preguntó Jaime.
-Según parece,
llevado por el temor –empezó a decir, sereno-, con tus palabras, tú… la
mataste.
-¿Yo? –Jaime
palideció-. ¡No puede ser!
-Ahora está con mamá
y la abuela. Pero no te preocupes: en el
cielo brillan todas las estrellas que queremos –Esbozó su mítica sonrisa.
-¡NOOOOOOOO!
Estupendo relato, José. Me encanta el comienzo y no esperaba este final. Me has mantenido expectante hasta los últimos párrafos y, eso, no todo el mundo lo consigue. Te felicito y espero que vuelvas pronto con más energía y ganas. Un abrazo y besos
ResponderEliminarAh! Se me olvidaba agradecerte la mención de mi última novela en el relato y también de muchos otros compañeros. ¡Ole por ti!
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Sandra. Cuando son relatos especiales me gusta hacer este tipo de cosas e incluir a los compis y a las personas importantes. Ya lo hice con Amor en la oscuridad porque era muy especial. Este, al ser el último, tenía que tener algo de eso. Sí, volveré pronto y con las pilas cargadas. Otro beso y abrazo para ti :)
EliminarBuenas Amigo , espero que en tu retiro voluntario encuentres tranquilidad y tiempo para hacer otras cosas, ya sea escribir esa novela o tiempo para ti . Me alegro que el año 2016 fuese el mejor , pero te diré que lo mejor esta por llegar y así será .
ResponderEliminarTe conocí hace relativamente poco , por mediación de ese sitio tan mágico "El escritorio del Búho", un día pase a tú blog y me gusto lo que leía , pues era diferente a todos los anteriores blog que había pasado , ni me mejor ni peor distinto por eso me enganche a tus relatos terroríficos que en más de uno un buen susto me has dado ... ajjajaja pero de eso se trataba .
Y ahora este penúltimo jjjj relato que nos ofreces me has dejado de piedra , vaya con esos cuadros parlantes la pobre Erica se la han llevado a mejor vida .
Muy buenas las entradas que has dedicado a muchos libros , algunos los conozco otro no , pero imagino que serán libros que te han dejado huella y eso siempre es muy digno de mencionar.
Para irme retirando de este megamendaje , solo te diré con tu permiso que me alegro de haberte conocido a través de estos relatos y te deseo José lo mejor , y eso solo se define con una palabra QUE SEAS FELIZ bueno son tres ...
Un fuerte abrazo y nos seguiremos leyendo de eso seguro.
Buenas noches, Campirela. Ay... Muchas gracias por todo. Sí, yo también veía tus comentarios en el Escritorio del búho, y cuando me comentaste con el relato que entre Thelma y yo escribimos para Las crónicas del búho. Ahí te conocí, y a través de ella también descubrí tu blog. Pues lo de los cuadros es para ti, jajaja. Por eso lo he escrito así. He mencionado los libros de los demás compis, y como por supuesto iba a icluirte también a ti, he dicho lo de tu blog y la sonrisa de los cuadros, porque me encantó ese relato. Así ya estáis todos y me despido tranquilo por este tiempo, jeje. Te deseo la misma felicidad, pero me vas a seguir leyendo en los comentarios de tu blog, y además seguro que regreso antes de lo esperado, y con más relatos. Yo también me alegro mucho de haberte conocido, y siempre me has comentado y leído desde el primer día. Cada vez que entro a revisar sé que vas a estar ahí, y eso te lo agradezco muchísimo. Eres una de las que ha hecho que este blog tuviese más vida. Un abrazo muy fuerte para ti y millones de gracias, amiga. Estamos en contacto :) :)
EliminarBuenas noches. Muy bonito relato José, muchas felicidades. Gracias por la mención al blog.
ResponderEliminarQue te vaya bien en lo que hagas, no creo estar cuando vuelvas, por tanto te deseo todo el éxito del mundo.
Muchas gracias, Thelma. Me alegro que te haya gustado. Soy yo quien te lo agradece. Esta es tu casa, siempre lo ha sido y lo será. Tú me hiciste el diseño y el blog empezó a crecer gracias a tus recomendaciones. Somos muchos los que pensamos que el Escritorio del búho es uno de los mejores blogs, por no decir el mejor, y quien lo lleva una persona maravillosa, así que mil gracias a ti. Por supuesto tenías que estar en el relato. Seguro que sí coincidiremos cuando regrese, y si no, te deso el mismo éxito y toda la felicidad del mundo. Cuídate mucho y gracias eternas :)
Eliminar¡Guau!, José. Me ha encantado. Muchas gracias por la mención. ¡Y suerte en todo lo que emprendas!
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Laura. Me alegro mucho que te haya gustado. Eres de esas tres personas fieles que siempre me lee y comenta, así que también tenías que estar, por supuesto. Miles de gracias, y nos leemos. Suerte éxito también para ti, que sé que lo tendrás :)
EliminarJosé, a veces es necesario retirarse para cargarse de todo aquello que necesitamos para ser felices. Encontrar el momento adecuado y reconocer que debemos hacerlo engrandece a la persona. Estoy segura que volverás con más fuerzas y con nuevas ideas para "aterrorizar" a los lectores.
ResponderEliminarTu manera de decir "hasta pronto" te define, generoso y solidario homenajeando a todos los compañeros de las redes. Eres grande, no lo olvides. El relato increíble. Cuando vuelvas, aquí estaremos esperándote, yo especialmente para que me des clase. ¡¡GRANDE!! Gracias por tener un recuerdo hacía a mí. Pero, más gracias por tus palabras.
¡¡HASTA PRONTO!!
Muchas gracias, Dolors. Sí, tengo mucho que hacer y poco tiempo, por eso tengo que hacer una pausa, centrarme en terminar la nueva novela, terminar el taller y no escribir más relatos de momento; luego ya sí, luego ya todo volverá a la normalidad. Este es el último relato de hasta no sé cuándo, y por ello tan especial. Gracias a ti, por formar parte del taller y hacerme caso en todo. Nos vemos en clase :) :)
EliminarHola, José. La verdad es que me ha impresionado mucho leer el último relato de esta parte de tu vida. Me gustó y me emocionó. Espero que, en tu retiro, consigas hacer todas esas tareas pendientes. Y también que vuelvas pronto. Me sigue gustando mucho tu modo de escribir y tus buenas ideas.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer mi último relato y comentarlo. Me alegra que te haya gustado.
EliminarMe ha encantado tu relato! Y como nos has incluido a tantos de nosotros, muy original. Gracias por acordarte de mis letras.
ResponderEliminarNos vemos pronto!!
Gracias a ti, Lety, por comentar y por la confianza, el esfuerzo y el interés que pones cada día en clase. Me alegro que te haya gustado. Sí, nos vemos muy pronto :)
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