
“La casa por el tejado”, así es como podría referirme a esta entrada puesto
que voy a empezar por el final.
Los lectores del blog
sabéis que me gusta añadir notas informativas, ya sea antes o después del
relato. Con las dos novelas publicadas he hecho exactamente lo mismo. Lo he visto
en algún que otro autor de los que leo desde mi infancia y es algo que se me ha
pegado. Me encanta explicar y dejarlo todo claro (soy así). Ediciones Atlantis
me lo permitió con Al borde de la locura,
y con El diario de un fracasado (novela
que he querido autopublicar, y la protagonista ahora mismo) he hecho lo mismo.
Bien, digo lo de “la
casa por el tejado” porque para mostrar mi agradecimiento, precisamente
necesito ir a esa parte final, en donde mis últimas palabras cobran vida hoy en
día.
En las notas finales
de la novela, escribí esto:
«Quienes me conocen (cuatro personas) saben que
imparto clases en un taller online, y que siempre digo que toda persona que
escribe necesita un lector cero. Pues bien, yo no lo he tenido para esta obra,
y eso quiere decir que la historia llega virgen hasta tus manos. Quería que me la hubieran leído, pero ha
sido imposible. No la aguantaron, esa es la respuesta. Hay personas que
se han leído versiones anteriores, e incluso algún que otro relato que escribí
hace mucho y donde ya daba pinceladas sobre lo que sería esta novela. Gente de mi entorno ha leído la
introducción definitiva y los primeros capítulos, pero hasta ahí.
Soy consciente de lo que escribo (muy consciente), y sé que esta
novela es lo siguiente a dura. Lo sé, pero la quería así. Si la has conseguido
leer (espero que sí) y te ha parecido
una novela dura, donde no cabría un apunte más de maldad, siento
decirte que no. Puedo asegurarte que sí, que has leído lo más fuerte, pero
también te confesaré que he quitado
varias páginas, cerca de unas treinta o cuarenta de Word. ¿La razón? Querer que
se lea este libro. Si de por
sí cuento con la idea de que es muy duro y a mucha gente le puede herir, si
llego a seguir castigando a Iván de seguro no lo leería nadie, y puedo
asegurarte que escribirlo me ha costado lo suyo. Lo empecé con doce
años y lo he terminado casi con veintiocho.
A todo el que escribe
le gusta que lo lean. Quiero
lectores, y no para que mi nombre se haga visible, sino porque quiero que esta
historia llegue a muchas manos. Deseo en el alma que se conozca a Iván lo
máximo posible, y el motivo es muy claro: para que todo sufridor sepa que no es
un bicho raro y que hay más gente que, como a él, por desgracia, le hacen la
vida imposible.
La vida es dura, y dura para todo el mundo, aunque de casas para fuera parezca que
muchos están felices y sin problemas (de eso nada). Todos debemos luchar. Y
reitero que, si alguien ha sufrido y se ha sentido el último mono de esas
pandillas de poca monta que se forman en los colegios, que pase, por muy duro
que sea, mire para arriba y salga a la calle a comerse el mundo. La palabra “es
diferente” no tiene sentido, simplemente porque no hay nadie igual a nadie, ni
siquiera dos gemelos.
Eso por un lado. Por el
otro, decir que si quien ha leído mi obra es padre o madre de familia de
alguien que ya apunta maneras, que lo ate en corto.
Por desgracia, esas risas de “qué pequeña la
tiene”, “qué tetas para ser un chico” o veinte mil veces la palabra “gafotas” “maricona” o un simple “tonto”,
termina por hacerte perder la razón y llegar a que pierdas la vida. El colegio es la peor cárcel del mundo,
donde se origina todo, y creo que ningún padre de familia, ninguna madre,
ningún hermano y nadie en general, quiere sufrirlo en sus propias carnes ni en
la de sus seres más próximos. ¿Cierto? Por ello me gustaría que esta historia
ablande al corazón más duro, que lo haga recapacitar, y que aunque sé que es
una tarea imposible, después de este libro en los colegios se den clases, no
palizas. No lo conseguiré porque soy un último mono, como Iván, y mis
palabras no valen, pero ojalá. Ese es mi propósito, y si un libro es para
siempre, seguiré soñando para que todo cambie. Quién sabe si en un futuro… »
He marcado y subrayado lo más importante, lo que
quiero resaltar en este texto explicativo.
Como bien digo ahí, escribir esta novela me ha
costado lo suyo (todos los que escribís sabéis lo que cuesta sacar un libro:
correcciones, revisiones, lectura más lectura, quitar y poner), pero me ha costado
más aún el decidirme a mostrarla. Recibí ayuda y me convencieron para terminar
de dar el paso decisivo. Ahora bien, desde el día 4 de junio que salió a la
venta, no me he quitado de la cabeza una de esas frases subrayadas: “Soy
consciente de lo que escribo (muy consciente) y esta novela es lo siguiente a
dura”.
Cuando no eres nadie en este mundo (me refiero al
mundo literario) tienes muchos pensamientos, pero por más que delante de ti
creas tener lo mejor que has escrito, el compararte con los grandes autores
consagrados te quita todo mérito posible. Es un gran error porque ellos un día
empezaron desde abajo, pero bueno, es un tema al que no voy a entrar, ya lo
sabemos de sobra. Lo que quiero decir es que ese “miedo” al qué dirán, siempre
está presente (por lo menos en mí), y el pensar que es una novela dura,
comparándome con los autores mencionados, me hacía dudar.
¿Qué ocurre? Que aunque soy un desconocido, una
persona como tantas otras a las que le gusta escribir, he tenido diecisiete
ventas en Amazon (sí, diecisiete. No se me caen los anillos por decirlo. Para no
ser nadie estoy contento), y de esas diecisiete personas, a día de hoy han leído
la novela cuatro. Gracias a sus comentarios me han confirmado que sí, que es lo
siguiente a dura, y que aquello que dije de que la gente de mi alrededor la
dejaba porque no podían con ella, también es cierto.
Fijaos hasta dónde llega mi nivel de sinceridad. Cualquier
otro jamás diría esto porque lo que quiere es vender, que le compren el libro
y, después, si no lo leen, que no lo lean. Yo no soy así. Tal vez pierda, pero
es que no me interesa la fama. No soy famoso ni lo pretendo. Seguiré sacando
libros, seguiré publicando. No sé si la siguiente novela me interesará que se
venda todo lo posible para que el lector pase miedo, o quizá la próxima quiera
que se lea para que se llene de amor… No lo sé, pero sí sé que lo que he
querido y quiero con esta es que el sufridor no se sienta solo, que ese niño o
niña al que le dan palizas en el colegio y del que se ríen porque lo consideran
diferente, vea que hay más en el mundo que sufren y que no son bichos raros; quiero
que si el lector tiene que soltar más lágrimas que páginas porque se identifica
con el personaje, las suelte por última vez en compañía y después continúe
sonriendo para siempre, o que al chico al que le hayan dicho que nunca lo van a
querer por tener un cuerpo diferente al resto del mundo, vea que no, que Iván
también tiene un cuerpo distinto, y por lo tanto hay más de uno que se aleja de
lo que el mundo considera alguien “normal”…
No podía explicar todo esto en las notas finales de
una novela porque ningún lector lo quiere, ya que casi daría para un relato. Aquí
sí (y no extendiéndome tanto como también me gustaría). No me cansaré de repetirlo:
no os riais de la gente. Es frustrante querer remediar el mundo y no poder
hacerlo, pero es que aunque me equivoque el 99,9% de veces en mi vida, en esta
tengo razón al 100%. Como alguien se ría de un niño en un colegio, terminan con
su vida. Puede que me digas: “No, sé de uno del que se rieron y tiene cuarenta
años. Está vivo”. Lo ves vivo por fuera, pero por dentro está muerto.
Para un grupo de niños hace mucha gracia ver a uno
de ellos con algo diferente, y se ríen. Es muy divertido para ellos, como es
divertido reírse de quien está más rellenito, del que apenas tiene carne, del
que lleva gafas o del que juega con las muñecas en vez de jugar al fútbol...
Esto no se lo puedo explicar a un niño porque él no
sabe el daño que puede llegar a hacer. Sus padres sí, y ahí es donde hay que
trabajar. Si un niño va por la calle con sus padres, ve a otro con un defecto,
se ríe de él y los padres no le dicen nada, en el colegio seguirá riéndose de
otro niño porque piensa que es algo normal; sin embargo, si unos padres como es
debido le tapan la boca nada más reírse y le hacen entender que eso está mal y
que no tiene que reírse, el niño no se reirá de nadie porque se llevará bronca.
Las cuatro personas que hasta ahora han leído mi
novela han sufrido con Iván, y sé que a ellas también les gustaría no tener que
vivir algo así, ni en conocidos ni desconocidos. Les ha costado leerla, pero me
han dado unos comentarios tan positivos que mi ánimo asciende hasta darme
cuenta que, aun no siendo un escritor consagrado, he escrito algo que merece la
pena leerse. Quizá a alguien no le guste, pero hasta ahora no me lo han dicho. Sí
me han comentado sobre esa dureza, y muchos de ellos tener que parar, salir a
despejarse y después, con el paso del tiempo, volver a prestar atención a lo
que les contaba Iván. Han llorado, se han muerto de rabia, de impotencia por
meterse en el libro y acabar con todo ese dolor… Ahora sé que lo están leyendo
dos personas más, y les está ocurriendo lo mismo.
Repito: soy consciente de lo que escribo, y tengo
la manía de recalcar cada escena. Es mi forma de escribir para que el lector lo
sienta. Esta gente me demuestra que lo he conseguido, y ellos se unen a mí para
terminar con una injusticia inalcanzable, pero es un paso para que quien se
cree solo, no lo esté.
Si quien me está leyendo ahora mismo se siente solo
o diferente, que sepa que un tal Iván se siente igual, y ni está solo ni es
diferente.
Si le queréis hacer compañía, la novela está aquí.
Millones de gracias por el apoyo.